ciñendo su cabeza contra mi,
bailé temeroso, un tango.
Su boca acarició mi boca
más mi espíritu tembló y
desafió su dulce canto.
La ceñí con fuerza
de aquella fina cadera.
Inexperto, sudando mis manos.
Ella, impasible, me dijo:
qué buscas en mí.
Rendición de mis pecados
pensé.
Mas apreté el percusor
y así hendí mi frío cráneo
y así me reuní contigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario