Mis
dedos recorrían su mano, suavemente. Así avanzaba un suave
cosquilleo sobre las líneas de la vida, así se conectaban dos
vidas; la tuya … la mía. Paulatinamente mis yemas recorrían los
largos dedos hasta conseguir entrelazarse; pensando, de modo ingenuo,
que duraría aún siendo pasajero y mendigo.
Son
décimas de segundo, décimas sobre las cuales podría escribir dos
horas y pensarlas días; como esa mirada, esa pupila que férrea se
clava en ti. Mirabas entre nerviosa y anhelante, perdiéndome en el
marrón, haciéndome sonreír, así, solo con una mirada... mas lo
raro era que la sonrisa se desdibujase de mi rostro.
Si
pudiéramos comunicarnos con sonrisas y miradas supongo que hubiera
sido una agradable, bonita y pacifica conversación. Pero el silencio
hacía estallar la guerra.
Nuestras
manos seguían jugando, revoloteaban entre ellas como una mariposa y
una flor y sin embargo el silencio era erizante.
Jugábamos
a consumirnos. Con la llama prendida nos hicimos cera, derritiendo
nuestra parte racional, convirtiéndonos en afán las manos se
apretaban más fuerte.
Jugando
con fuego así nos quemamos
pero
nos gustó el calor y jugamos más...
Ahora
la suave danza de nuestras manos era impulsiva, el grácil baile de
la mariposa paso al gallardo baile de una avispa. Contemplábamos
nuestras sonrisas mirando hacía abajo.
Deslice
mi mano por tu espalda, por tu piel. Arrastre mis labios por tu
cuello mientras respiraba en él y aceleraba tu respiración. Lo besé
mientras temblaba, no titubeé al morderlo ni lo hice al mirarte de
frente.
Yo
solo jugué a coger el agua entre mis manos y ya se me ha escapado
toda.
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